Pocas épocas han sido de tal importancia para el teatro argentino como el inicio de los ‘90. Fue allí cuando aparecieron nombres claves hasta el día de hoy. Alejandro Tantanian, Daniel Veronese, Rafael Spregelburd, Luis Cano, Javier Daulte y el grupo El Periférico de objetos surgieron por entonces, dos años antes, dos años después.
Ante ese panorama, los críticos nos vimos en la difícil tarea de tener que catalogar lo incatalogable, aprehender lo inaprensible. ¿Cómo lo hicimos? En principio, se recurrió al pasado para intentar comprender, desde una perspectiva tradicionalista, la línea evolutiva del teatro porteño. Era una época, decían algunos, “de continuidad y de ruptura” en relación con el último gran sistema surgido en los años ‘60. Pero, ¿tenían algo que ver estos por entonces jóvenes creadores con aquellos que en los sesenta habían profundizado en el realismo, para ser condescendientes con él o para subvertirlo?
En un código muy interno al medio, se hablaba de los abuelos y los nietos, aquellos y estos separados simbólicamente por un hiato doloroso: los padres o la generación perdida. Algunos de los recién nacidos a la escena se agruparon en un grupo que con una jerga muy “posmo” se autodefinía como Caraja-ji y emulaba, al estilo de las vanguardias históricas europeas de los años 20, un manifiesto que no era tal, ya que su sistema de argumentación se fundaba en el oxímoron: “Esto no es un manifiesto. Pero existe una intención grupal indefinida. Más aún: menos. Por lo tanto esto sienta ningún precedente. Se trata tampoco de un primer paso. La finalidad de CARAJA-JI es llenar vacío alguno. Aunque no es un punto. (punto) de llegada”. ¿Por qué este Breve Manifiesto, tal su nombre, se vuelve significativo? No por su contenido permanentemente negado, sino fundamentalmente por la forma, en la que ya se evidencia el trabajo sobre la materialidad lingüística que estará presente en sus trabajos dramatúrgicos. Recordemos, por su importancia, que este no-grupo surge desde el exilio institucional: sus integrantes fueron expulsados del por entonces Teatro Municipal General San Martín. Sus trabajos dramáticos no repetían ni seguían el “canon”, sus obras no merecían el epíteto de “obra” sino más bien el de “obritas”. ¿Por qué? Porque desde la perspectiva ideológico-teatral del realismo carecían de anécdota, de personajes, de voces claramente delimitadas en un cuerpo único y responsable y, por sobre todo, de moral(eja).
Fragmento del Prólogo a Cine Quirúrgico y otras obras. Editorial Losada
ISBN 978-950-03-6332-7